Teníamos el cuerpo cansado, la espalda destrozada y las
manos magulladas de escalar el día de antes, pero allí estábamos, de camino a
San Pelegrín. Sin duda una de las mejores escuelas de escalada de Aragón.
Finaliza 2015 y hasta el mes que viene no volveré, yo creo
que hoy le daré un pegue a “Reflexión” 8a. Una vía de más de cuarenta metros de
placa gris, caliza abrasiva que te destroza yemas y gatos, compuesta por dos
largos, unos treinta metros de 7c hasta la primera reunión (R1) y unas cinco
cintas más, creo recordar, hasta la segunda reunión (R2).
Semanas antes había encadenado a vista el primer largo de
esa vía. Ayer la presión era grande, tenía que repetir una vía de la que no
recordaba nada y si llegaba hasta R1 seguir peleando hasta la cadena de aquella impresionante vía.
Calentamos previamente en un 6b+ y 7a preciosos,
calentamiento suficiente para ir a muerte a por aquel rutómetro. Hace calor, el
sol aprieta pero una ligera brisa fresca alivia cuando coges altura. Me ato la
cuerda, me lastro con 21 cintas al arnés, me calzo los pies de gato y choco la
mano de mi compi Sebas, quien con una sonrisa me anima, “que la disfrutes”.
(Que grande!!!).
Comienzo a escalar, me agarro a regletas ínfimas que abrasan
mis yemas, la punta del pie de gato apoya en pequeñas muescas de la roca de las
que he de fiarme que no resbalaré. De repente me doy cuenta de que he subido
demasiado, veo a mi izquierda agarres que me indican el camino, así que
haciendo un gran esfuerzo destrepo como puedo y hago una travesía hasta llegar
a mejores cantos. “Uf, empezamos bien”, pienso.
Subo nerviosa, trato de llevar una respiración constante,
observando donde colocar los pies para alcanzar la próxima regleta. De nuevo
presiento que algo no he leído bien, tengo una chapa a mi izquierda, a la
altura de la cintura, estoy incomodísima, apunto de caer, de mi cuerpo brotan sudores de esfuerzo y rabia, no puedo chapar, no me quiero caer!!! Sin poder
mover las manos, porque si lo hiciera caería, pego un zapatazo contra la pared,
con la suerte de que el pie de gato aguanta en adherencia, permitiéndome
acomodarme, chapar y seguir escalando.
Uf, he gastado mucha energía, tengo la boca reseca, los
antebrazos hinchados y el pulso a mil. Sigo chapando cintas, concentrada en la
línea por la que mi intuición me lleva.
La espectacular placa anaranjada por la que he ascendido torna
a una impresionante pared gris, donde abundan laterales, invertidos y pies en
adherencia. Paro a descansar, respirar y oxigenar mi cuerpo y mente. Desde allí
diviso el camino, veo la reunión de este primer largo de unos 30 metros de
interminable lucha y la impresionante placa gris de más de diez metros que me
esperan hasta la segunda cadena.
Mi mente no hace más que hablar, “si me caigo, no le voy dar
otro pegue, escalar hasta aquí ya ha sido toda una aventura”. Oigo a lo lejos
el murmullo de gente, entre otros decotando la vía por la que estoy escalando,
“¿habrán subido ellos lastrados con estas 21 cintas colgando y encadenando?”, pienso, en
fin concéntrate y a lo tuyo. Vamos a por ello.
“Voy” grito a mi compañero Sebas, que desde abajo empieza a
perderme de vista, animándome en todo momento. Sigo escalando por esos
invertidos, agarrando cada canto como si quisiera partirlos, hasta que llego a
la primera reunión. Desde allí observo el percal, jaja. Menuda plancha gris de
invertidos y laterales, subo pisando fuerte con los pies en adherencia,
gritando en cada esfuerzo que me desgasta.
De repente una sección me compromete de nuevo, estoy con los
pies en adherencia, intentando llegar a un lateral pero no llego, los pies se
resbalan, las manos me sudan y la tensión de todo mi cuerpo está apunto de
hacerme caer. Ahhh, mi grito conánico empuja mi pie un poco más alto,
permitiéndome coger un canto con la mano izquierda. Aliviada descanso como
buenamente puedo, pero sin apenas detenerme, pues estoy incomodísima y los
dedos de los pies se me han quedado dormidos.
Continúo escalando, respirando, veo la última chapa y la reunión. Me detengo a chapar de una
pequeña hueverita, pero me está incomodando tanto que no puedo perder más
tiempo, sigo escalando sin chapar ese último parabolt, convencida de que la
dificultad de la vía ya había terminado.
Allí estaba, exhausta y dolorida, chapé la cadena y disfruté
de aquella emoción que invadió todo mi cuerpo. Habían sido más de 40 metros de
intensa lucha y concentración, más de media hora de incertidumbres en la mente,
un diálogo interior con ese “yo consciente” que sabía que podía hacerlo con
técnica y actitud.
Así terminó mi 2015, disfrutando de
sensaciones indescriptibles por aquellos momentos de lucha y superación.
Escalar a vista, para mi, la esencia de la escalada. Donde
el aquí y el ahora determinarán el éxito de tu esfuerzo, donde cuerpo y mente crean
esa sinergia causa de tus emociones. Camina en el ahora….ahonda en tus sentimientos,
disfruta del camino.
SanPelegrín, 30 de diciembre de 2015